
El pulso de ella sería ahora las manillas de su reloj,
lo alimonado de su pelo se convertía en el más bello dorado por el que jamás alguién había matado, y éste reposaba onduladamente sobre el blanco mármol de su espalda, frío y rígido.
Frialdad no solo física sino psíquica porque esos escasos centímetros que los separaban se sonvertían en años luz, una luz que suplicaba el olvido del mundo, una invitación a descarriarse en la vóragine del añil de su mirada.
Y mientras, ella, ajena, sobre frondo follaje verdecino jugaba a la inocencia, a la niñez, risueña a las margaritas, juguetona al hormigueo por sus yemas, escéptica a la vida, soberana de su beatus ille.
Pero todo esto no eran más que chapoteos de las turbulencias que verdaderamente naufragaban en el océano de su mirada, donde navegaban el presente incierto, la escabrosidad de su mente, la perturbación de sus sentimientos, entrelazados al miedo y ala incertidumbre.
Y era cierto ,su vida había transcurrido así, en un miedo continuo miedo.Con cada suspiro sus pulmones se llenaban de angustia .Esperaba.Esperaba una salvación, a una mano que la sacara del fango, un ángel, ya que su estrella nunca había brillado, su camino siempre había sido alumbrado por un parpadeo taciturno.
Así se lanzó a sus labios,dogmatizando que él cambiaría su mala suerte , que en las nuevas primaveras por venirflorecerían violetas y tulipanes donde antes brotaron sauces llorones y lirios.
Y mientras , sus yemas acariciaban el vello de su nuca, viajba absorta, ignorando que acababa de cometer un gran error,acontecimiento sin novedad, puesto que este se convertía en
otro más.